Me gustaría contaros una historia que leí hace poco en internet (aunque la noticia ya es antigua, concretamente de enero de 2008), pero me pareció muy curiosa y bonita, por lo que quería compartirla con todos vosotros.
Se trata de la historia de Oscar, un perro de Manchester que tenía por amigo a Arthur, un gato de mayor tamaño que él, que solía ayudarle a subir al sofá y con el que compartía horas y horas de juegos. Lo dos vivían juntos y eran amigos del alma. En ellos eso de “como el perro y el gato” no tenía ningún sentido.
Pero un día ocurrió que, de repente, Arthur falleció. Los dueños, como le consideraban uno más de la familia, le enterraron en el jardín en presencia de Oscar, el perro.
Al día siguiente, Oscar, que no entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, esperó hasta la noche, desenterró a su amigo y llevó el cadáver de vuelta a casa, metiéndolo en el interior por la gatera (que es por donde siempre entraba Arthur cuando estaba con vida). Una vez en casa, Oscar lamió a Arthur para quitarle la tierra adherida a todo su cuerpo y se sentó a su lado.
Por desgracia, Arthur ya no volvería a jugar con él pero queda claro que siempre permanecerá no sólo en el recuerdo de sus dueños sino también, de una forma increíblemente intensa, en el corazón de su buen amigo Oscar.
¿Bonito no?
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